Demoras en el vuelo, largos trayectos por tierra, acondicionamiento físico, son algunos de los pasos que deben sortear los caimanes llaneros en turno para ser liberados a su hábitat natural. Así fue la travesía de 14 de estos ejemplares, en tanto que 11 siguen en lista de espera.
VILLAVICENCIO.- Veinticinco singulares pasajeros que tenían “tiquete” confirmado desde un mes antes con destino al río Tomo, en el corazón del Vichada, debieron aplazar su vuelo varias veces, antes de retornar al territorio del que, hace ya varios años, fueron desplazados sus ancestros, al punto de llevarlos casi a su desaparición. En esta ocasión, los inconvenientes no se debieron a la quiebra de la aerolínea escogida, sino a circunstancias de última hora, imposibles de sortear.
El anhelado viaje al Parque Nacional Natural El Tuparro, empezó a programarse desde finales de 2021, por un equipo de más de 20 expertos, que finalmente lograron dar inicio al gigantesco operativo para preparar a los pasajeros, los cuales debieron cumplir unas condiciones muy estrictas.
Sofisticadas pruebas genéticas y otras de laboratorio, además de un riguroso examen clínico, garantizaban que se trataba de los mejores ejemplares para cumplir con la difícil misión de recuperar su hábitat ancestral en los Llanos del Orinoco.
Al cabo de 48 horas de arduo trabajo, que incluyó captura, restricción, pesaje, mediciones, instalación de transmisores satelitales, 25 cocodrilos (Crocodylus intermedius) -20 hembras y 5 machos-, estaban listos para iniciar la travesía. Sin embargo, una llamada de última hora daba cuenta de una triste noticia: el avión, un hércules C-130 de la Fuerza Aérea Colombiana (FAC), había sufrido una falla técnica y el vuelo fue cancelado.
El inesperado hecho causó un gran revuelo entre todo el equipo que participó en este esperado proceso de liberación de los también conocidos como caimanes llaneros: A la delegación de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), integrada por personal de la Estación de Biología Tropical Roberto Franco (EBTRB), que dirige el profesor Mario Vargas, y de la Facultad de Medicina Veterinaria, se sumaban los delegados de la Universidad de Florida, de la ONG ambiental WCS, de Parques Nacionales Naturales (PNN) y de Cormacarena, entre otros.
El silencio se apoderó del lugar de trabajo, nadie podía creer que luego de tantos meses de trabajo, en un solo instante, toda esa logística se derrumbara.
Desde su selección, los 25 viajeros fueron trasladados a amplios estanques del Bioparque Merecure, en Puerto López (Meta), para que allí empezaran a adaptarse a la vida silvestre que les esperaba en El Tuparro. En lugar de pescados muertos, como se les daba en la EBTRF, en Villavicencio, empezaron a buscar peces vivos para alimentarse. También se evitó al máximo la presencia de humanos en los alrededores.
El monitoreo de este grupo se realizó en forma permanente hasta el día en que debían emprender su largo viaje.
A cada uno de ellos se le construyó su “cabina” independiente: sendos guacales de madera hechos a su medida, con ventanas y puertas para su aireación y fácil observación. Dos días antes del viaje previsto, fueron capturados en sus estanques, en faenas parecidas a las de vaquería, enlazándolos con gruesos lazos y, luego, llevados hasta la orilla.
Para evitar cualquier accidente, los cocodrilos habían sido debidamente amordazados y atados de patas y manos. También se les taparon los ojos, para reducir el estrés producto de las maniobras. Adicionalmente, se les suministró un tratamiento médico que incluía una mediana sedación y la aplicación de otros medicamentos, con el fin de evitar cualquier complicación mientras permanecían inmovilizados.
Se esperaba que fuera la mayor liberación masiva hecha hasta el momento de Cocodrilos del Orinoco de talla grande en Colombia.
El estado físico de los caimanes enguacalados era la mayor responsabilidad que afrontaba el doctor Carlos Moreno, docente de la Facultad de Medicina Veterinaria de la UNAL, quien junto con 5 veterinarios más, fueron los responsables de la salud de los viajeros reptiles, cuya longitud oscilaba entre 2,5 y 3,5 metros y su peso, entre 90 y 270 kg. Adicionalmente, el profesor Moreno coordinó la instalación de 21 transmisores satelitales en sus pesados cuerpos, cifra que representa un verdadero récord internacional.
De vuelta al estanque
La cancelación del vuelo implicaba devolver los cocodrilos a los estanques de donde fueron capturados, para evitar lesiones o afectaciones en su salud y repetir el procedimiento de alistamiento cuando volvieran a autorizar el viaje.
Un día después, la FAC anunció que ya se tenía otro avión disponible para la operación aérea. Sin pensarlo mucho, el equipo encargado del proceso de liberación repitió la captura y aplicó de nuevo el respectivo tratamiento médico para volver a introducirlos en los guacales, lo que les llevó otros dos días.
Todos fueron embarcados en los camiones y así llegaron nuevamente a la base aérea de Apiay. Tras 18 horas de espera, lo impensable, otro desalentador mensaje: el avión previsto no pudo salir de la base Aérea de CATAM, en Bogotá. Segundo intento fallido.
El profesor Moreno sabía que la prolongación de la espera podía ser catastrófica, ya que sus pacientes estaban en condiciones de permanecer en ese estrecho cautiverio durante máximo 48 horas, por lo que, si no había una reprogramación inmediata iba a ser imposible mantenerlos más tiempo en los guacales. La crítica situación hizo que el equipo tomara la decisión más difícil, pero necesaria para garantizar el bienestar de los frustrados viajeros: regresarlos a los estanques de Merecure.
Uno tras otro, los cocodrilos fueron reingresando a su “hogar” de paso, donde habían estado esperando durante 14 largos meses por su liberación. No obstante, cuando ya iban por el número 11, entró una nueva llamada de la FAC anunciando que había otro avión disponible para embarcar a los caimanes. Con algo de escepticismo, pero sin perder la esperanza, el equipo de la UNAL decidió regresar a Apiay con los 14 que aún permanecían “empacados”.
Llegaron a la Base Aérea y otra vez la espera. Fueron 6 largas horas que valieron la pena, porque al final, lograron embarcar a los 14 cocodrilos hacia la Base Aérea de Marandúa. ¡¡¡La tercera fue la vencida!!!
Allá llegaron hacia las 6 de la tarde, en un recorrido que tardó mucho más de lo anunciado por el mismo piloto de la aeronave. Más adelante, el comandante del avión confesaría que había recibido desde Bogotá la orden de devolverse debido al mal tiempo, pero que insistió en esperar el momento oportuno para aterrizar, porque sabía del gran esfuerzo hecho por el equipo encargado de la liberación.
Solo esa noche fue posible el merecido descanso. Los integrantes de la comitiva se fueron a dormir temprano. No obstante, una emergencia de última hora con una yegua de servicio de la base de Marandúa, interrumpió el descanso del profesor Moreno. Lo llamaron para informarle sobre el grave estado de salud del animal. La intervención de este nuevo paciente se prolongó hasta la 1:30 de la madrugada del día siguiente. La oportuna atención de esta urgencia le volvió a quitar el sueño, aunque le salvó la vida al animal, lo que le mereció el más sentido agradecimiento de la FAC.
Sin embargo, ahí no terminaba la misión. Ese día, muy a las 6 de la mañana, los ocupantes más pesados y ansiosos del vuelo de la FAC fueron trasladados en un camión y una volqueta atravesando extensas sabanas. Dos horas después llegaron al esperado destino: Las aguas del río Tomo, donde con las últimas fuerzas físicas del equipo de expertos y con la invaluable ayuda del personal de la FAC, fueron descargados en fila, los 14 guacales, por un sendero de aproximadamente 40 metros hasta llegar a una hermosa playa, que parecía haber sido especialmente diseñada para darle la bienvenida a los nuevos huéspedes.
Para tranquilidad del profesor Moreno y del numeroso equipo que participó en la liberación, los viajeros llegaron en buen estado físico. Casi al momento de abrir los guacales avanzaron con paso firme y se fueron sumergiendo en su nueva morada, desde donde los investigadores esperan que se adapten y reproduzcan, para tratar de salvar a esta emblemática especie de los Llanos del Orinoco colombiano y venezolano, declarada hace varios años en peligro crítico de extinción.
Esta aventura continúa, pues el equipo de la UNAL seguirá monitoreando a diario el recorrido de los caimanes. Desde su celular, el profesor Moreno y demás expertos ven los puntos que les muestran qué tanto se han desplazado y mediante videos obtenidos por drones de la FAC, observan en qué condiciones se encuentran.
En lista de espera
Hoy, los expertos de la UNAL aspiran a embarcar los 11 caimanes que aún se encuentran en Merecure, que mantienen sus transmisores y que están a la espera de un nuevo vuelo de la FAC, que los lleve a su destino.
Así, se completaría el grupo de los 25 inicialmente programados para la liberación, en otro intento por repoblar el Orinoco con esta especie emblemática, que antes de los años 60 se paseaba por los ríos de los Llanos venezolanos y colombianos, pero debido al tráfico de sus pieles, hoy se presume que apenas sobreviven unos 200 en vida silvestre.
Estos ejemplares forman parte de los 180 que están en turno para un proceso similar en aguas de diferentes ríos de la Orinoquia.
El reto es liberarlos en los próximos dos años. Luego, vendrá el proceso de repoblamiento cuyo éxito podría alcanzarse en los próximos 20 años, un tiempo biológico corto si se tiene en cuenta la dimensión de este reto, advierte el profesor Moreno.