Mi hija llevaba por lo menos tres años pidiendo un perro, aunque desde hace más de cinco tiene un gato. Nos prometió que lo sacaría todos los días, que se encargaría de su alimentación y de su cuidado. ¡Propuso hasta firmar un contrato!
Finalmente, accedimos y adoptamos el que ella y su padre escogieron en una de las tantas jornadas que realiza el Instituto Distrital de Protección y Bienestar Animal en Bogotá. El elegido fue un sabueso criollo mediano de 15 meses, juguetón, de color negro y cejas redondas color mostaza. “Es el más bonito”, dijeron, a la hora de escogerlo entre otros candidatos con pañoleta de colores vivos al cuello y muy bien arreglados para la ocasión.
Así llegó la nueva mascota a casa, sin que tuviéramos nada listo para él, solo el nombre. Lo llamamos Joropo, en honor al Llano y en memoria de una mascota que tuvo la abuela.
Sin dejar de moverse un segundo, Joropo entró explorando la casa, cuarto por cuarto, moviendo la cola y oliendo todo, especialmente al gato que, por supuesto, se erizó con su presencia.
Esa noche tuvimos que sacarlo a dar un paseo y ¡que lío! ¡En menos de un segundo se zafó del collar y emprendió su primer escape! Por fortuna, en el barrio salen muchos vecinos con sus mascotas, así que nos ayudaron a rescatarlo. Pero ahora vino lo peor: el perro hizo popó y, claro, había que recoger sus heces. No habíamos comprado bolsitas y nos daba pena pedir una. Nos devolvimos hasta el apartamento y cumplimos con ese deber fundamental de todo dueño de mascota.
El segundo día, mi hija llegó cansada, así que empecé a asumir el rol de cuidadora de Joropo. Llevé unas galleticas para consentirlo y “negociar” su obediencia; llevé también el estuche con las bolsas para el popó y lo saqué con el collar más ajustado.
Al día siguiente y al otro, mi hija se fue desentiendo del perro, al punto de cambiar su familiaridad con él. Si bien al principio dijo que sería la “mamá”, decidió que mejor sería la “hermana” y yo la “mamá” de los dos. No tenía más remedio que seguir adelante en mi nuevo rol que, por supuesto, alteraba mi vida cotidiana.
Adopté un nuevo horario: salidas todas las mañanas con Joropo, antes de iniciar mi jornada de trabajo, paseo por el corredor verde de mi sector y reunión en el parque con más dueños de mascotas. Nuevos amigos, nuevos temas de conversación -razas perrunas, cómo reemplazar el concentrado por comida casera, qué juguetes son más adecuados, cómo educarlos, qué hacer en caso de alguna emergencia médica, en fin, toda una cátedra en cuidados caninos.
A estos nuevos conocimientos se sumó la práctica del ejercicio diario, algo que antes dejaba de hacer por cualquier motivo, pero que ahora se volvió una rutina obligada, porque a Joropo no se le puede dejar encerrado. Salir con el perro ha resultado un hábito saludable. Con o sin juguetes, se corre, se camina o se salta, para quitarle algún palo que intenta comerse o para lanzarle la pelota o el hueso con el que va y viene.
Dos semanas después, la salida ya era completamente placentera: aire fresco, ejercicio, socialización con los vecinos -algo que antes nunca hacía- y aprendizajes sobre la convivencia con mascotas como un estilo de vida saludable, en fin, un cambio muy positivo en la cotidianidad que nos hace ver las ventajas de tomar la decisión de tener una mascota. Y si es adoptada, mucho mejor, por la satisfacción que brinda darle abrigo a uno de los tantos perros o gatos abandonados en cualquier calle o en parajes solitarios de la ciudad. Según el Instituto Distrital de Bienestar Animal, a 2022, había más de 60.000.
Claro, también se habla de lo costoso que puede resultar tener una mascota, algo que se debe valorar cuando se da el sí. Desde el baño, que no baja de $50.000, la guardería -en promedio, $35.000 por noche- cuando hay que salir de viaje o de visita y no es posible llevarlo. A esto se suman los medicamentos, accesorios -collar, saco, juguetes- y hasta los servicios funerarios, en fin, toda la industria que se ha generado en el mercado alrededor de este nuevo miembro de la familia.
De hecho, en Colombia, el 40% de hogares cuenta con una mascota, según lo advierte la profesora Miriam Acero, de la Universidad Nacional de Colombia, en su libro “Perros y Gatos, familia multiespecie”. Se trata de una tendencia global, si se tiene en cuenta que, según la académica, en Estados Unidos ya hay más mascotas que niños de 0 a 14 años.
Las mascotas siguen ganando espacio en casa, así que anímese a adoptar. Eso sí, siempre y cuando tenga presente el compromiso que adquiere, es decir, de no abandonarla y de brindarle todos los cuidados que esta reclama. También es clave tener conciencia de no “humanizarla”, para no alterar su naturaleza y disfrutar mejor de su valiosa compañía.
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