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Foto: ECOGUÍA

En el municipio boyacense de Tenza, famoso por sus canastos de chin y de bambú, ya quedan pocas tejedoras. Se necesitan muchas manos para salvar esta tradición que hoy podría ser una alternativa al uso de plásticos que ahogan el planeta.

TENZA (Boyacá).- Por las empinadas calles de cemento que enmarcan las cuadras del pequeño centro de Tenza -en Boyacá-, dos o tres discretos locales son atendidos por curtidas mujeres de la región que durante años han mantenido la tradición más emblemática del municipio: los canastos tejidos en chin -como le dicen popularmente a la caña brava- y de bambú, además de los sombreros de junco, que hoy escasean porque las artesanas que aman su oficio y lo cultivan se están quedando solas.

A su edad, ya no les rinde el trabajo como antes y sus hijos, aunque han aprendido su oficio, han preferido emigrar a otras tierras, de manera que la tradición de este pueblito del Valle de Tenza, donde sobresale la Iglesia y el parque adornado de árboles y jardines, se encuentra en alto riesgo de extinción.

La señora Anita Rodríguez, es una de esas pocas artesanas que con su amplia sonrisa aún espera a los clientes sentada en una banca de madera desde donde va tejiendo uno de los canastos con los que surte su negocio. “Yo llevo 65 años haciendo canastos”, dice, mientras recuerda con orgullo que su mamá le enseñó a ella y a sus tres hermanas todo el proceso, desde la recolección de la caña hasta los terminados de canastos de todos los tamaños, en colores crudos y también adornados con vistosas tinturas.

“Después de cortar y recoger el chin -tenemos que pagar obreros-, uno le quita las pajitas que tienen las cañas; si mis hijas están me ayudan a despajarlas y a amontonarlas en el sitio donde vamos a trabajar. Del montón de chin, se escoge el material, según el tamaño del canasto que se vaya a hacer. Luego se prepara el armante, para tener la base del canasto… todo se hace a mano. Dependiendo del tamaño -puede ser una base de 14 o de 18 centímetros-, se elabora el número requerido de armantes y se empiezan a amarrar para darles la horma. Con el material listo, un canasto mediano se teje aproximadamente en dos horas. Pero si se trata de uno grande -para la ropa, por ejemplo- se puede tardar hasta dos días”, detalla Anita.

Las tiendas artesanales en Tenza ya no sobresalen como antes, cuando los tendidos de canastos dispuestos en las puertas y ventanas de los locales invitaban a los visitantes dándole una identidad particular al pueblo. Ahora se confunden entre las misceláneas, la panadería, el supermercado, la ferretería, la droguería y los demás negocios que surten de productos a los menos de 5.000 habitantes, tanto del perímetro urbano como rural.

Tenza, que se precia de ser “la capital artesanal de Boyacá” y a donde se llega desde Bogotá o por la vía alterna del Llano, se está quedando corta en esta laboriosa industria. Si bien las artesanas que sobreviven mantienen una variedad de canastos de todos los tamaños y colores, de porta materas, de paneras, de lámparas, de canastillas para la ropa, de papeleras y de portalápices, son conscientes de que no tienen la capacidad suficiente para atender un pedido grande de estos productos, porque cada vez son menos las manos dispuestas para esta emblemática tarea.

“Cuando vienen, mis hijas me ayudan con las anilinas y a raspar las varas. Ellas aprendieron conmigo a tejer los canastos. Pero, desafortunadamente, se marcharon en busca de mejores oportunidades. Ahora solo vienen en vacaciones”, comenta Anita con un poco de nostalgia, mientras nos enseña su último diseño: una panera de colores crudo, fucsia y verde de 6 picos que se destaca en el estante.

A pesar del enorme amor al trabajo artesanal de su vida, Anita se siente sola. No son invitadas a cursos ni tampoco sienten apoyo institucional. “Yo saco los diseños de mi cabeza”, dice, repasando la estantería donde se aprecia una alta diversidad de canastos, unos cuantos sombreros y las varas de caña con las que realiza su trabajo.

Sin dejarse interrumpir por el celular que timbra una y otra vez, ella sigue contando su historia. “Antes se vendía más, nosotras sacábamos los canastos a los mercados del pueblo y hasta las veredas llegaban compradores para llevar nuestros productos a Bogotá... la plata también alcanzaba más, la situación era mejor, con $20.000 se podía hacer un buen mercado...”

Desde Valle Grande, su vereda natal, Anita aprendió este arte que hoy mantiene vivo. “Lo sigo haciendo, quiera o no quiera, porque es lo que me da para vivir”, dice un poco desesperanzada. En la actualidad, ella logra tejer 3 y hasta 4 canastos por semana, siempre y cuando tenga lista la materia prima, que desde hace unos tres años también escasea, por una enfermedad que contrajo la caña y que la pudre desde el cogollo hasta la raíz. Para esto tampoco han recibido ayuda de las instituciones agropecuarias y el mal sigue avanzando en los pequeños cultivos.

Anita, al igual que Lilia, otra de las artesanas que se siente sola en su oficio, que aprendió de doña Abigail -su mamá- quien a pesar de superar los 90 años, sigue tejiendo los canastos de bambú que le dan esa identidad a Tenza y que tristemente hoy se encuentra en riesgo.

Tal vez hace falta una campaña contundente o un gobierno local que rescate este valioso arte que las mujeres mayores mantienen con entereza y las que ojalá no lleguen a ser las últimas tejedoras de canastos…

Tenza, además de la belleza natural que le imprime el valle del cual forma parte, debe conservar su mejor y más emblemática tradición: los canastos de chin y de bambú y los sombreros de junco.

Para organizaciones que impulsan esta tradición, como Artesanías de Colombia, siempre se debe tener un canasto en casa, porque tal como esta institución lo recuerda, los hay para cargar el mercado o animales; para recoger café; para conservar las frutas y como accesorios de moda.

“El canasto es uno de los productos determinantes en la artesanía de nuestro país, y también, una de las creaciones que mejor representan el talento de las manos colombianas”, menciona Artesanías de Colombia. No obstante, en Tenza, esta bella tradición parece condenada a desaparecer, con lo cual también se perdería el principal atractivo turístico del pueblito.

La mejor opción contra el plástico

Luego de que en Colombia se prohibieran los plásticos de un solo uso, en julio del 2024, tal como lo establece la Ley 2232 de 2022, los ojos ambientalistas volvieron a mirar a los empaques y recipientes naturales, lo que ha puesto a productos como la cestería de Tenza en el centro del escenario ecológico.

Según la organización internacional WWF, solo en Colombia, se calcula que se generan anualmente 700.500 toneladas de envases y empaques plásticos, de los cuales solo 30 % es reciclado en nuevos empaques. 

A nivel global, se estima que, desde 1950, 75 % de todo el plástico producido se ha convertido en residuos, la mayoría de los cuales terminan en el medio ambiente, incluyendo los océanos. Esto tiene un impacto significativo en la vida silvestre, ya que casi el 90% de las especies evaluadas, se ven afectadas por los desechos plásticos marinos, principalmente, a través de enredos o ingestión, advierte la organización ambiental.

Para Naciones Unidas, el panorama es bien preocupante, pues según sus registros, la producción de plástico ha aumentado exponencialmente en las últimas décadas y ahora asciende a unos 400 millones de toneladas al año , cifra que se duplicará para 2040.

Una alternativa muy natural y reutilizable en Colombia, para reemplazar las bolsas plásticas de un solo uso, son los canastos y empaques que se pueden elaborar a partir del fique y otras fibras naturales. Recuperar la tradición de los productos artesanales le daría un gran respiro al ambiente. Y un impulso al ecoturismo.

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