Se debe estar atento a los eventos climáticos y tomar precauciones, ¡pero no caer en las exageraciones!, advierten investigadores de la Universidad Nacional, para quienes el anuncio de alzas en la energía y en productos agrícolas que se le achacan a este fenómeno podrían dejar entrever especulaciones en la información con fines perversos.
J. Orlando Rangel-Ch.
Ana Briceño*
Es frecuente que en las noticias (Tv, radio, periódicos) se mencione la probabilidad de la manifestación de eventos del clima relacionados con las fluctuaciones de las diferencias de la temperatura superficial del mar y de la atmósfera, particularmente en el océano Pacífico, que se conocen como Niño o Niña, para prender alarmas a todo nivel, especialmente por el impacto económico en la generación de energía en un país que depende de las hidroeléctricas para este suministro.
Un caso reciente (junio 20 de 2023, El Tiempo) nos recordó un titular parecido de agosto de 2018 en que se anunciaba “mayor probabilidad de Niño genera sobresaltos en precios de la energía”. Según el columnista, para el periodo diciembre de 2018 marzo 2019, habría un nuevo fenómeno del Niño con probabilidad cercana al 70%; por tanto, “el mercado colombiano ya presenta los síntomas de una subida en los precios de la energía”. El fundamento de comparación era el aumento del precio promedio que se presentó en el ciclo 2015-2016, año con manifestación fuerte del fenómeno del Niño.
En ocasiones anteriores, al referirnos a la costumbre de achacar “culpas” -a fenómenos climáticos como el Niño o la Niña- a la falta de rigor en la planeación de la mayoría de las actividades en Colombia, insistimos en recordar los patrones de distribución de la lluvia en el territorio y sus regiones naturales y la probable afectación a sus pobladores y a los procesos económicos (la topografía y la ubicación del país, se refleja en las variadas regiones naturales).
En las tierras extrandinas del oriente, la Orinoquia y la Amazonia, con predominio de un patrón unimodal-biestacional en la distribución de las lluvias, la época lluviosa va de abril (mayo) hasta octubre (noviembre) y la seca de diciembre a marzo-abril, excepto en el trapecio amazónico (hemisferio sur). La deficiencia de agua se presenta entre mayo y septiembre. Hay variación en los montos de lluvia de acuerdo con la posición latitudinal de las localidades. En la Amazonia la franja más húmeda se localiza entre 01º07’N y 01º58’N con montos anuales promedio entre 2972 y 4277 mm, mientras que en la Orinoquia se localiza entre 4º29’ N y 4º5’ N y los valores más bajos se encuentran hacia el norte.
En las tierras planas del Chocó biogeográfico (Costa pacífica) con lluvias anuales promedio entre 3.000 y 6.500 mm predomina el régimen unimodal-biestacional con periodo lluvioso entre abril (mayo) y octubre (noviembre) y seco entre diciembre y marzo, que se torna bimodal-tetraestacional en las terrazas altas y en las estribaciones cordilleranas. La concentración de lluvias se presenta entre abril (mayo) y septiembre (noviembre) y las épocas de disminución de la precipitación entre diciembre y marzo y entre junio y agosto. Las lluvias se concentran entre 6º30’ N y 3º30’ N.
En la franja costera del Caribe, con variación del promedio anual de lluvias entre 250 mm (Guajira, desértico) hasta 3500 mm (Córdoba), con variedad de regimenes de distribución, predomina el unimodal-biestacional con concentración de lluvias entre mayo y noviembre y un periodo de descenso entre diciembre y abril.
En las zonas del interior cercanas a los macizos montañosos, el régimen cambia a bimodal-tetraestacional con montos que alcanzan hasta 2.500 mm repartidos en dos épocas lluviosas entre septiembre y noviembre y entre marzo (abril) y mayo, con periodos de disminución de la lluvia entre junio y agosto y entre diciembre y marzo. La franja más húmeda está entre 7º38’ N y 10º46’ N.
Resulta evidente que en todo el territorio colombiano y en sus diferentes regiones naturales, en el periodo que va desde diciembre hasta marzo-abril, siempre se presenta una disminución marcada de lluvias, que puede variar según los comportamientos de circulación atmosférica a nivel global, pero está absolutamente comprobado que si no hay una anomalía extrema siempre tendremos “verano en esta época”.
Las referencias básicas para las calificaciones de las manifestaciones de la oscilación del sur (Niño-Niña) las proporciona la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica (NOAA, por sus siglas en inglés), cuyas medidas de campo le permiten elaborar las tablas de evolución del índice ONI (del Niño) para sectores latitudinales definidos. También se suele utilizar el índice SOI (índice de oscilación climática del Sur), cuyas convenciones diferentes, igualmente califican las tendencias y las asocian con variaciones de la temperatura y de la precipitación.
Acercarse a un escenario futuro con base en apropiadas predicciones a cargo de un grupo de especialistas es un ejercicio fundamental que no se hace en Colombia -a diferencia, por ejemplo, del país vecino, Ecuador. Desafortunadamente, la idea todavía no ha calado a nivel gubernamental, por tanto, se prefiere el uso de información externa que puede llevar a la especulación.
Enseñanzas de los eventos históricos
Entre finales de 1991 y 1992, experimentamos un periodo de sequía extremo y había una dependencia en el país de la energía generada por hidroeléctricas. La crisis generó cambios profundos a todo nivel en la sociedad colombiana; se ensayaron diferentes estrategias para mitigar los efectos de los recortes de energía entre ellas el cambio de los horarios de trabajo y la generación por plantas térmicas y otras fuentes. La administración gubernamental, tan paquidérmica y burocrática, respondió de manera acertada en la implementación de estrategias para enfrentar la crisis.
Aunque 1991, con ocho meses de valores positivos de ONI y promedio de 0.8, fue catalogado un año Niño, al igual que en parte de 1992, cuando se manifestó con mayor intensidad, conviene tener presente que la condición de desarrollo de un año Niño a nivel de un territorio no implica que, en todas las localidades comprendidas en el mismo, se manifieste el fenómeno.
En 1991 un año niño a nivel global, tuvo calificación diferente (condición húmeda) en las subregiones del piedemonte y de la altillanura en la Orinoquia colombiana. En el año siguiente -1992- las condiciones fueron húmedas en las localidades de la llanura aluvial (Arauca - Casanare) y secas en las otras dos subregiones. Este comportamiento heterogéneo, irregular, se repitió en otras regiones naturales del país como en el Caribe.
Cuando se presentan manifestaciones contrarias a la escasez de las lluvias y se pasa a las inundaciones, desbordamientos de ríos, anegamientos de altiplanos como el de la sabana de Bogotá, se hace referencia al fenómeno de La Niña.
En nuestro país, el pluvial del 2010, con ocho meses con ONI negativo y valor promedio de -1.2, fue un año Niña; 2011 continuó con esta característica, pero con menor intensidad. Se produjeron daños en más de la mitad del territorio nacional, vías, poblados, ganadería, agricultura, fueron impactados y fue necesario hacer ajustes en el presupuesto nacional para asumir correctivos y ayudar a las poblaciones damnificadas.
Estos dos casos, Niño de 1991-1992 y Niña de 2010-2011, fueron manifestaciones de carácter global, cuyos efectos se sintieron en vastos territorios de América con efectos más dramáticos e intensos en unas partes que en otras.
Mirando el pasado
Conviene revisar lo que sucedió en años anteriores sobre la inminente llegada del Niño. De septiembre de 2018 hasta mayo de 2019 hubo incrementos positivos leves en el índice ONI por lo cual el ciclo anual fue calificado como “Niño débil”. Desde finales de 2019 hasta diciembre de 2022 predominaron valores negativos bajos que tipifican un estado Niña de moderado a débil.
Tener tres eventos consecutivos de La Niña, ha ocurrido solo dos veces desde 1950 (noticias Nature junio 2022). Enero y febrero de 2023 presentaron valores negativos bajos. Marzo mostro incremento positivo muy bajo y en mayo, según la NOAA, hay incrementos de ONI, los cuales se estima se fortalezcan gradualmente hasta el invierno del hemisferio norte 2023-24.
Bajo este escenario, se debe estar atento y tomar precauciones, ¡pero no caer en las exageraciones!
En este punto conviene recordar la ubicación de los grandes proyectos hidroeléctricos en Colombia- Los de mayor capacidad generadora se ubican en el departamento de Antioquia, en la franja latitudinal por encima de 6º latitud norte en localidades típicamente cordilleranas. Otro grupo igualmente importante se ubica en Cundinamarca y en Boyacá, unas localizadas en la vertiente interna de la cordillera Oriental y otras en la vertiente externa.
En Colombia hay una disimetría climática muy característica que diferencia, por ejemplo, la muy húmeda vertiente Oriental o llanera de la cordillera Oriental, de la menos húmeda u Occidental con expresión de formaciones tropicales secas y muy secas.
La región Niño 3.4 está definida en las coordenadas 5 grados N-5 grados S, 120 o-170 o W ). Por tanto, ¿Es válida la extrapolación de escenarios de clima que no toman en cuenta los alcances de los protocolos (franja latitudinal de aplicación de los valores de ONI), ni las condiciones naturales (disimetría climática) de las cordilleras andinas?
Ejercicios ilustrativos sobre relaciones entre estas fluctuaciones y la marcha de la lluvia han sido desarrollados por investigadores de Cenicafé, acciones que deberían ser ejemplos a incorporar en la planeación nacional. No conviene repetir las alarmas de los sectores vinculados con la administración y con la producción agropecuaria que esgrimen como factor que les obliga a elevar los precios de sus productos la presencia o posibilidad de manifestación de un año con condición Niña o Niño.
Se ha dado el caso de que por el aumento de las lluvias se genere mayor producción de pastos y con ello mejoras en la producción de leche, lo cual incide negativamente en los precios de comercialización. ¡Quien lo creyera!. El exceso de lluvias también puede dañar los cultivos y con ello encarecer los productos finales en la cadena de mercadeo.
Ante esta situación es común que los empresarios acudan al gobierno central para clamar por apoyos o subsidios que sirvan para mitigar “sus comprobadas pérdidas” por este fenómeno.
En el caso de un año Niño, los efectos igualmente son dramáticos. Con el debido tiempo (como le vemos ahora) quienes manejan la cadena de energía proponen ajustes; la producción agropecuaria también se encarece por la falta de agua y en el aspecto de manejo gubernamental se requiere invertir bastante dinero en sofocar incendios y desastres similares.
Resulta claro que manejar la terminología Niño – Niña es una carta que bien jugada puede producir sustanciales ganancias. En este punto del asunto, conviene insistir en la conveniencia de que el país disponga de una entidad o dependencia con la infraestructura apropiada y el capital intelectual necesario para que asesore al gobierno en la planeación y planificación de acciones ante la presunción argumentada y correctamente evaluada de la presencia de uno u otro fenómeno.
La otra arista sería seguir a la deriva y permitir que, desde diversos sectores, además de las contingencias naturales se esgriman como causas de manejos deficientes y de otros problemas la inminente “llegada” de un Niño o una Niña y por ello la necesidad de incrementar precios y asfixiar aún más la economía de los colombianos, es decir la manipulación de la información con fines perversos.
Se requiere que el conocimiento generado y la experiencia acumulada por los grupos e investigadores colombianos se incorporen en las herramientas de los organismos asesores del gobierno central. Hay que generar nuevo conocimiento, por ejemplo, las investigaciones dendrocronológicas sobre nuestras especies nativas.
Las series de tiempo en testimonios biológicos y el análisis juicioso de las condiciones locales y regionales del territorio son indispensables para confrontar los patrones nuestros con los de la región y los globales.
Los análisis dendrocronológicos en árboles del Caribe de Colombia han comprobado una variación climática local y no una relación con Índices de Oscilación Climática como el Niño y la Niña. Un enfoque interdisciplinario permitirá tener unas adecuadas bases de referencia a las cuales toda la sociedad pueda acudir con confianza y que sirvan para planificar todos los quehaceres. La modelación y la predicción serán útiles en la medida en que le suministremos información local, detallada y producto de las variaciones asociadas con nuestra heterogeneidad geográfica.
Quizás, los anuncios de nuevas alzas en nuestra economía derivada de cambios climáticos globales comprueban una vez más la dependencia de los mercados externos y la necesidad de organizar mercados locales que puedan estar relacionados con los verdaderos regímenes de precipitación y variación climática expuestos en este escrito y se reconozca el conocimiento territorial que por muchos años los pobladores locales tiene sobre nuestros cultivos y nuestras plantas.
Es urgente que se generen economías circulares que permitan establecer usos para los productos en cada uno de los eslabones de los procesos productivos.
Es necesario tener en cuenta la magnitud de los efectos de la contaminación en los océanos, porque es allí de donde se miden los parámetros relacionados con los índices que se utilizan designar a un año Niño o Niña. Se puede comprobar las diferencias de temperatura en estos escenarios a lo largo del tiempo y, por supuesto, sus consecuencias en la generación nuevas dinámicas en los ciclos climáticos y biológicos.
Finalmente, debemos abordar los problemas ambientales desde la transformación de las economías y la concepción de una nueva visión de prosperidad y bienestar sostenible.
Ocupamos un planeta con condiciones biofísicas limitadas-definidas que entran en contradicción con la exagerada explotación de la biodiversidad, el territorio y el mantenimiento de aceptable calidad de la vida,
- Grupo de investigación Biodiversidad y conservación. Instituto de Ciencias Naturales Universidad Nacional de Colombia