Por encima de las diferencias religiosas, el cambio climático ofrece una oportunidad para la acción y el diálogo entre los distintos credos. De acuerdo con el informe sobre Desarrollo Humano del PNUD, e fundamento para una acción conjunta por el cambio climático desde los distintos credos tiene sus raíces tanto en las escrituras sagradas como en la enseñanza actual:
Cristianismo: Desde una perspectiva católica, el Observador Permanente de la Santa Sede ante las Naciones Unidas ha llamado a una “conservación ecológica” y a asumir “compromisos concretos que encaren eficazmente el problema del cambio climático”. El Consejo Mundial de Iglesias ha emitido convocatorias de peso y convincentes para la acción fundada en preocupaciones teológicas: “Quienes sufrirán las consecuencias más graves del cambio climático serán las comunidades pobres y vulnerables del mundo y las futuras generaciones”. Las naciones desarrolladas usan mucho más de lo que es justo del patrimonio común de la humanidad. Deben pagar esa deuda ecológica que tienen con los demás pueblos compensándolos plenamente por los costos que implicará adaptarse al cambio climático. Es necesario que los países desarrollados reduzcan en forma drástica las emisiones de gases de efecto invernadero para velar por la satisfacción de las legítimas necesidades de desarrollo de los países pobres.
Los pueblos originarios de América mantienen un vínculo estrecho con el entorno, que se inscribe en toda su cotidianidad y cosmovisión. Por ejemplo, los pueblos de la Sierra Nevada de Santa Marta, plantean: “Todavía vivimos en la región y mantenemos tradiciones que se remontan a épocas anteriores a la colonia, y nuestro territorio ancestral está delimitado por una serie de puntos interconectados, los sitios sagrados que se encuentran en las partes bajas de la cordillera y entre el mar y los picos nevados. Para nuestra gente, Gonawindua es el centro del universo y que la salud de la montaña controla la salud del planeta. Toda nuestra organización social y nuestros fundamentos espirituales y culturales se basan en prácticas sagradas que se llevan a cabo en tierras tradicionales. Creemos que la Sierra Nevada es el “Corazón del Mundo”.
Budismo: La palabra que el budismo tiene para individuo es Santana, es decir, flujo o corriente. Con ella se intenta aprehender la idea de interconexión entre los individuos y su medio ambiente, así como entre una generación y otra. La enseñanza budista enfatiza en la responsabilidad personal para lograr un cambio en el mundo a través de la modificación de la conducta personal.
Hinduismo. La idea de la naturaleza como un todo sagrado está profundamente arraigada en el hinduismo. Mahatma Gandhi se inspiró en la tradición hindú para subrayar la importancia de la no-violencia, el respeto de todas las formas de vida y la armonía entre el ser humano y la naturaleza. Ciertas proposiciones de la fe hindú sobre ecología incluyen reflexiones acerca de la responsabilidad y la protección ambiental. Tal como escribió el líder espiritual Swami Vibudhesha, “esta generación no tiene el derecho de agotar la fertilidad de los suelos y dejar tras de sí tierras improductivas para las futuras generaciones”.
Islamismo. Las principales fuentes de enseñanza del islamismo sobre el medio ambiente son el Corán, las recopilaciones sobre la palabra y las obras del profeta Mahoma o hadiths y la ley islámica o Al-Sharia. Debido a que los seres humanos se perciben como parte de la naturaleza, un tema recurrente en estas fuentes es la oposición al mal uso y destrucción del medio ambiente. La ley islámica tiene numerosos mandamientos referentes a la protección y resguardo de los recursos naturales de todos sobre la base de principios compartidos. El concepto de “tawheed” o unicidad del Corán aprehende la idea de la unidad de la creación a través de las generaciones. Otro mandamiento plantea la obligación de conservar y preservar los recursos naturales de la Tierra para las futuras generaciones y con la función de los seres humanos como guardianes del mundo natural.
Judaísmo. En palabras de uno de sus teólogos, aunque la Torá concede a la humanidad un lugar privilegiado en el concierto de la creación, no se trata del “dominio de un tirano”. Aplicando la filosofía judaica al cambio climático, la Conferencia Central de Rabinos Estadounidenses declaró:” Tenemos la solemne obligación de hacer lo que esté a nuestro alcance, dentro de lo razonable, para impedir el prejuicio de las generaciones actuales y futuras y de preservar la totalidad de la creación” No hacerlo sabiendo que tenemos la capacidad tecnológica para ello “como por ejemplo las tecnologías de transporte y energía que no utilizan combustibles fósiles- representa una abdicación imperdonable a nuestras responsabilidades”.
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