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TOKIO, Junio 10 de 2016 (Alberto G. Palomo, Eco-Avant).- Hace 10 años el alcalde de Kamikatu, Japón, decidió sustituir la incineradora de basuras por un centro de reciclaje. El humo expulsado por la quema de residuos era nocivo para el medio ambiente y resultaba desagradable para los vecinos. Se creó, entonces, la Academia Cero Residuos (Zero Waste Academy), donde se enseñó a la población a reconocer los distintos materiales, a limpiar los envases y a tratar hasta líquidos tóxicos.

En total, cada ciudadano separa actualmente sus residuos en 34 categorìas diferentes. El mismo número de recipientes necesarios en cada domicilio para que no se mezcle nada y funcione la fórmula.

Cada vecino clasifica los residuos en 34 categorías y los lleva al punto verde.

Al principio, Kamikatsu incineraba la basura al aire libre, pero se veía que con ello estaba dañando el entorno, explica Akira Sakano, directora adjunta de la planta Zero Waste. Ha sido muy arduo ganarse la comprensión de la gente porque, claro, cuando tienen que clasificar en 34 categorías, que es una barbaridad, las cosas son complicadas, reflexiona.

Como recompensa por este esfuerzo, los ciudadanos de esta localidad situada en la isla de Shikoku, a unos 700 kilómetros al sur de Tokio, obtienen a cambio bonos de comida y billetes de lotería. Cada ciudadano debe separar los residuos en distintas clases de papel, de cartón, de vidrio y de aluminio. Enjuagarlos, retirar las etiquetas y llevarlos hasta el centro de reciclaje, donde los empleados se aseguran de introducirlos en el contenedor correspondiente. Por su parte, los restos orgánicos se depositan en un digestor, un aparato eléctrico –subvencionado, generalmente, por el ayuntamiento– que los transforma en abono.

Lo comenta sonriente una vecina en el vídeo citado: "Hay que hacer un trabajo duro para que no quede ningún resto en las latas o botes. En un primer momento nos opusimos, pero al final acaba siendo normal, te acostumbras", afirma. El objetivo está siendo estudiado más allá del archipiélago asiático donde, aunque Japón está considerado uno de los países más activos contra el cambio climático la tasa de reciclaje nacional no supera el 20% de media. "Por supuesto, no todo el mundo es bueno separando la basura. Distinguir las cosas hechas de diferentes materiales puede ser bastante difícil. Estamos centrándonos en cambiar totalmente nuestra forma de vida para no producir ningún desperdicio", opina Kazuyuki Kiyohara, uno de los trabajadores de la Zero Waste Academy.

Sin camiones recolectores

El escaso volumen de objetos reaprovechables, como prendas de ropa, accesorios domésticos o botones, se puede dejar en unos centros de reciclaje para que los vecinos que los quieran los puedan coger libremente y darles un nuevo uso. Kamikatsu cuenta también con unas tiendas circulares (conocidas como Kuru-kuru en japonés) en el centro de la ciudad.

Todo funciona de forma individual. No hay camiones municipales que pasen por las casas: cada vecino tiene que desarrollar por su cuenta el proceso entero y dejar los objetos en la academia entre las 07.30 y las 14.00 horas. Sólo en casos de personas con dificultades (por lejanía o incapacidad) se envían voluntarios que hacen el trabajo por ellas.

Periódicos, revistas, panfletos, cajas y un sinfín de subgrupos del papel y cartón se depositan por separado. Latas de aluminio, aerosoles, bombonas y demás variantes de metal, lo mismo. Y lo mismo con el vidrio, separado según el color. Sin olvidar las tapas, los botes de champú, las pilas o los mecheros. Un complejo esquema con 34 ramificaciones que los residentes de este pueblo de Japón ya se saben al dedillo. Y que les ha valido para alcanzar una de las tasas más altas de reciclaje del mundo.

Los objetos reaprovechables están a disposición de quien se los quiera llevar.

Sólo en Berkeley o San Francisco, ambas ciudades en California (Estados Unidos) la cifra se acerca. En el resto del mundo, los cálculos globales no superan el 13% de reciclaje de media. Según la EPA (Agencia de Protección Medioambiental de Estados Unidos, en sus siglas en inglés), apenas un 12% del plástico producido se recicla. El resto sigue contaminando mares y tierras durante los 1.000 años aproximados que tarda en descomponerse.

En Kamikatsu han reducido el impacto ambiental empezando por lo local, han reducido costes y han formado una comunidad más unida. Están orgullosos. Han declinado fondos públicos para construir dos incineradoras nuevas y han propuesto que se lleven acciones y cambios legislativos para hacer lo mismo en otros lugares, poniendo unas normas y una fecha concreta. Ellos lo hicieron.

Y desde 2003, cuando quemaban 62 toneladas de basura, enterraban cuatro, reciclaban 271 y autoeliminaban otras 198 (residuos orgánicos convertidos en abono), lo cual daba una producción anual de 268 kilogramos de basura por habitante y año, sus montañas se vislumbran desde la lejanía sin problemas, sin que una capa de humo negro las empañe. Ahora, dicen, el reciclaje ya no es una actividad cívica obligada, sino un estilo de vida.

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