En un 42% se incrementó la cobertura boscosa de los bosques cercanos a la capital pasando de 16.100 hectáreas (ha) a 22.850 ha entre 1985 y 2015, en particular en el suroriente de Guasca, señala informe del instituto de investigaciones Alexander von Humboldt, en coordinación con las universidades Javeriana y del Rosario. (Fotos: Felipe Villegas, Instituto von Humboldt)
BOGOTÁ.- Aunque la mayoría de los alrededores de Bogotá ha sido dominada por zonas productivas y centros urbanos, las coberturas boscosas han incrementado su área de estudio, pues para 1985 representaban el 28 % y en 2015, el 40 %.
Al respecto, se ha observado una clara tendencia a la regeneración de los bosques en las inmediaciones de Bogotá, lo que representa un aumento de la cobertura boscosa en un 42% entre 1985 y 2015. Los matorrales han mostrado una tendencia similar con un aumento de área en un 43% en el mismo periodo. De manera general, la transición de áreas productivas a coberturas boscosas se ha producido entre 1991 y 2001, en la parte occidental de la zona de estudio, es decir hacia el sur-oriente de Guasca.
Esas son algunas de las conclusiones del estudio liderado por Kristian Rubiano, investigador y ecólogo de la Universidad Javeriana, en el cual se evalúa la dinámica de las coberturas boscosas que rodean a Bogotá, la segunda ciudad más densa de Suramérica después de Sao Paulo, en Brasil.
El acelerado crecimiento demográfico registrado en los últimos 60 años en Bogotá ubica a la capital como una de las regiones con mayor transformación y presión sobre el paisaje de los Andes colombianos, poniendo en riesgo gran parte de la biodiversidad y la provisión de servicios ecosistémicos.
El paisaje que rodea a Bogotá es el resultado de un complejo proceso de transformación que incluye factores como la deforestación, el uso del suelo con fines productivos o urbanos y la regeneración de los bosques producto de las constantes migraciones humanas del campo hacia la ciudad.
Dicha variedad de agentes transformadores motivó la investigación, cuyos objetivos fueron entender el alcance de la pérdida y recuperación de coberturas boscosas en las últimas tres décadas, y determinar las potenciales causas de cambios en una región que alberga decenas de especies endémicas del país.
Natalia Norden, investigadora del programa Ciencias Básicas de la Biodiversidad del Instituto Humboldt, menciona lo importante que es “entender lo que está pasando en el “patio trasero” de Bogotá.
Durante años, muchos biólogos se sintieron impulsados a irse a lugares recónditos para estudiar la ecología de bosques maduros, sin incluir el efecto que se ocasiona en los ecosistemas más cercanos a la gente. Sin embargo, en los últimos años el concepto de socioecosistema ha tomado mucha fuerza, y ahora hay una persistente tendencia a integrar al ser humano como un actor fundamental de los ecosistemas”.
Para llegar a estas conclusiones, los autores utilizaron imágenes satelitales Landsat, con las cuales mapearon cambios en las coberturas boscosas en 1985, 1991, 2001 y 2015. A partir de este análisis multitemporal fue posible inferir la edad aproximada de los parches boscosos.
Entre los resultados más sorprendentes, los autores encontraron que alrededor del 45 % de los bosques secundarios, de por lo menos 30 años de edad, se mantuvieron estables, quizá por ubicarse arriba de los 2.800 metros sobre el nivel del mar (m s. n. m.) y en pendientes pronunciadas, donde el uso productivo de la tierra es menos viable. En contraste, los bosques secundarios más jóvenes se registraron entre los 1700 y los 2600 m s. n. m., donde el cambio de cobertura boscosa presenta un mayor dinamismo.
Lejos de las cabeceras municipales
Ahora bien, ¿qué factores ocasionan la deforestación o, por el contrario, la regeneración de bosques? Como era de esperarse, los bosques ubicados cerca de vías y centros urbanos tienen una mayor probabilidad de convertirse en tierras productivas, y aquellas ya transformadas probablemente se mantengan así.
Sin embargo, los investigadores se sorprendieron al encontrar que algunos de los matorrales, también conocidos como “rastrojos”, localizados cerca de centros urbanos y vías eran susceptibles de ser talados o mantenerse intactos hasta convertirse en bosques.
Al respecto, la investigadora del Humboldt considera que “un mismo factor de cambio detona la disminución o el incremento de la cobertura boscosa, según los resultados. Aunque es previsible que la deforestación se intensifique cerca de vías y centros urbanos, estos mismos factores pueden, al mismo tiempo, favorecer a la conservación y a la expansión de los bosques debido, tal vez, a que los habitantes de zonas periurbanas aprecian cada vez más su entorno y favorecen la regeneración de los bosques en sus predios”.
Actualmente, lo fragmentos boscosos con mejor estado de conservación en el área de estudio (norte de la capital, en zona que abarca municipios de Chía, Tabio, Cajicá, Sopó, Guasca, Guatavita, Tocancipá, Gachacipa, es decir, cerca de 136.000 ha.) se encuentran lejos de las cabeceras municipales y vías principales, y en zonas de alta pendiente en donde la conversión de bosque a tierras productivas es menos provechosa.
Los resultados de la investigación apoyan un estudio similar liderado por la Universidad Javeriana, que demostró que la cobertura forestal aumentó en los municipios de Bojayá y Facatativá entre 1940 y 1996, y se alinea con una tendencia de ganancia de cobertura a nivel nacional entre 2001 y 2010.
Aunque las cifras presentadas en este estudio podrían catalogarse dentro de un panorama muy optimista, respecto al futuro de los bosques en la región andina, también reflejan la complejidad de los procesos que ocurren en una zona con altos índices de transformación y de densidad poblacional, donde un mismo factor puede ocasionar deforestación y recuperación simultáneamente.
Por tal razón, el Instituto Humboldt en conjunto con las universidades del Rosario y la Universidad Javeriana considera crucial entender los factores que condicionan el cambio de la cobertura del suelo en estos lugares para diseñar planes ambientales regionales sostenibles, que incluyan iniciativas de conservación y que consideren los servicios ambientales que los ecosistemas de bosque nos prestan.