BOGOTÁ, mayo 26 de 2014.- La economía de 215 municipios de Colombia depende del cultivo del arroz, producto de primera necesidad de la canasta familiar y cuyo consumo varía entre 40 y 42 kg per cápita y puede llegar a los 70 kg en zonas como la Costa Caribe. Se siembran entre 420.000 y 450.000 hectáreas al año y se producen entre 2 y 2.4 millones de toneladas anualmente.
A pesar del alto consumo de este producto, desde los años 2010 y 2011 se ha presentado una disminución en los rendimientos del cultivo de arroz, es decir, luego de producir 6.2 toneladas por hectárea en 2009 hoy se producen 5.3. “En efecto hemos bajado una tonelada en menos de cinco años”, afirmó Patricia Guzmán, Subgerente Técnico de Fedearroz, a CIAT.
Lo anterior es asunto de primordial interés nacional debido a que “esta situación afecta la vida de miles de campesinos que dependen del arroz. La solución por supuesto no es simple, ya que el problema es bastante complejo y tiene diferentes causas, la principal de ellas es la variabilidad climática”, aseguró Édgar Torres, Líder del Programa de Arroz del CIAT.
Por tal razón, El CIAT, como institución líder junto con socios estratégicos como el Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural (MADR), la Federación Nacional de Arroceros (Fedearroz), el Fondo Latinoamericano para Arroz de Riego (FLAR) y la Universidad del Valle, desarrollará un proyecto bilateral de investigación entre Colombia y Japón financiado por la Alianza de Investigación en Ciencia y Tecnología para el Desarrollo Sostenible (SATREPS), a través de la Agencia de Cooperación Internacional de Japón (JICA) y la Agencia de Ciencia y Tecnología de Japón (JST).
El objetivo es lograr que los agricultores sean más productivos, competitivos y eficientes en sus cultivos a través del desarrollo de variedades de arroz más resistentes a las adversidades del clima y con una mayor eficiencia en el uso del agua y de los nutrientes.
Desde Japón vendrán los expertos y la tecnología que se incorporarán en esta investigación, es decir, se aplicará tecnología de alta precisión para lograr un mejor manejo del cultivo.
“Una vez se tenga definido el comportamiento de la planta se podrá realizar un seguimiento preciso de ella. Al mismo tiempo se podrá implementar un sistema a través del cual los agricultores puedan tomar decisiones en tiempo real. Por ejemplo, cuándo deben recorrer el cultivo para evaluar la presencia de una determinada plaga o enfermedad, cuándo es el momento de hacer una determinada aplicación o fertilización o cuándo cosechar”, explicó Torres.
La transferencia de dicha tecnología se hará de productor a productor. En este punto los agricultores líderes y de mayor credibilidad la adoptarán y le mostrarán a otros cultivadores los beneficios de usarla.
Asimismo se implementará la metodología de “cosecha de agua” que comenzará por estudiar las cuencas para determinar en cuáles sitios se pueden construir las represas que recogerán, principalmente, el agua de las lluvias para ser utilizadas en periodos de sequía.
“El FLAR tiene experiencia en proyectos de cosecha de agua y consideramos que esta iniciativa permitirá hacer un uso eficiente del recurso hídrico que en muchas ocasiones no es aprovechado apropiadamente para la actividad agrícola. Será además una manera de mitigar el cambio climático ya que estaremos utilizando durante los tiempos de sequía el agua que se represó en tiempos de lluvia”, explica Eduardo Graterol, Director Ejecutivo del FLAR.
En un principio la investigación se llevará a cabo en el Tolima y los Llanos Orientales y una vez la tecnología sea funcional se expandirá a otros países de América Latina a través del FLAR.
Además con el proyecto también se capacitarán en Japón a varios investigadores del CIAT y agricultores en distintas disciplinas como el mejoramiento de cultivo, fisiología del arroz, riego, manejo del suelo, entre otros.
Se espera que este proyecto aporte resultados sostenibles y de gran impacto para el sector arrocero de Colombia y América Latina y el Caribe. Yokojama (Japón), Marzo 31 de 2014.- El secretario de la Organización Mundial de Meteorología (OMM), Michel Jarraud, afirmó desde esta ciudad que “ya no hay ninguna duda de que el clima está cambiando”, y añadió que “el 95 por ciento de este cambio se debe a la actividad humana”.
El documento presentado por el IPCC analiza los efectos del cambio climático en la actualidad, a medio plazo -entre 2030 y 2040- y largo plazo (2080-2100), y para ello tiene en cuenta un aumento del calentamiento global de entre 2 y 4 grados centígrados, basado en proyecciones actuales.
En el caso de Sudamérica, el cambio climático provocará “un descenso de la producción y de la calidad de los alimentos”, señala el informe dado a conocer oficialmente ayer.
De acuerdo con un reporte de la agencia EFE, la producción de maíz, trigo y arroz “ya ha sufrido significativos descensos en distintas regiones del mundo en los últimos años”, afirmó en este sentido el vicepresidente del grupo de trabajo de laONU, Chris Field, quien advirtió de caídas del entre el 5 y el 10 % para 2030 y de hasta el 25 % hacia 2050.
Por ello, el panel de expertos propone a los líderes políticos que apoyen el desarrollo de nuevos tipos de cultivo más adaptados al cambio climático y que respalden “sistemas y prácticas de conocimiento indígena tradicional”, entre otras medidas para reforzar la seguridad alimentaria y la salud pública.
En Centroamérica, el cambio climático reducirá la disponibilidad de agua en zonas semi-áridas y dependientes del deshielo, mientras que en otras regiones urbanas y rurales las precipitaciones extremas causarán inundaciones y desprendimientos de tierra, según el informe.
En el caso de Norteamérica, el calentamiento global elevará la probabilidad de que haya olas de calor, períodos de sequía e incendios forestales en distintas zonas del subcontinente, lo que tendrá consecuencias como “el aumento de la mortalidad humana” sobre todo a causa de las temperaturas extremas.
Por otra parte, se prevé un aumento de las inundaciones en áreas costeras y urbanas, lo que dará lugar a “daños materiales y naturales y consecuencias sobre la cadena alimentaria y la salud pública”. Asimismo, existe una “alta probabilidad” de que la calidad del agua potable empeore debido al aumento del nivel del mar, a las precipitaciones extremas y a los ciclones, según el informe.
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