En una era en la que millones de personas dedican sus vidas al estudio, a la investigación y a la innovación, las caminatas ecológicas son un pretexto perfecto para preguntamos qué podemos aportar para preservar nuestros bellos paisajes naturales. (Por: María Carolina Romero Pereira*)
Hace algunos días, en el transcurso de una caminata ecológica, pensaba en la cantidad de personas en el mundo con extraordinaria capacidad de reducir los impactos sobre el medio ambiente. Nuestro recorrido no era ecológico por la cantidad de maravillas que apreciamos, entre quebradas y riachuelos, entre cascadas y cuevas con murciélagos, entre especies de hongos que jamás habíamos visto, entre mariposas y paisajes con leyendas fascinantes. Era ecológica, porque tenía como propósito recoger los desechos que otros han dejado durante años en estos encantadores senderos. Con guante en mano y bolsas de basura recogimos toda clase de desechos y los resultados de este ejercicio fueron más que interesantes.
En primer lugar, llamó la atención que la mayoría de desechos recogidos eran papeles de dulces, cajitas de jugos y otros elementos cuyos dueños parecían ser los más pequeños. Es decir, niños con la fortuna de disfrutar estos senderos naturales, pero que carecen de los valores necesarios para conservar lo natural. Detrás de esto, padres y madres, maestros o hermanos mayores sembrando en los menores las semillas de un futuro no muy esperanzador.
La cantidad de botellas plásticas tamaño familiar y de platos desechables sugerían escenarios con familias enteras disfrutando de estos paisajes, pero sin reparo alguno en dejar sus desechos en medio de las plantas y de los árboles que tanto disfrutaron. Un urgente llamado a recordar que las soluciones no siempre son responsabilidad del Gobierno, que no es un presidente o una mesa de senadores lo que nos llevará a generar los cambios que necesitamos. Es el núcleo de la familia, esa relación enseñanza aprendizaje entre padre e hijo, la que logrará algún día, si así lo decidimos, generar cambios de comportamiento en la sociedad.
También recogimos gran cantidad de bolsas plásticas con alto grado de descomposición. Es probable que estos residuos no hayan permanecido por meses, sino por años, alterando el impecable escenario de estos ecosistemas, que deberán esforzarse por más de 100 años para absorber cada plástico que tardamos un segundo en abandonar. También es probable que cientos de turistas y miles de locales hayan pasado por allí señalando el resultado de la mala educación de otros, pero los residuos permanecen allí, en donde los dejaron.
Esto recuerda la necesidad de pasar de la opinión a los hechos. Necesitamos generaciones que más allá de opinar y de compartir su desaprobación e inconformidad, de protestar y exigir los cambios que quisieran ver en otros, tengan la suficiente humildad para inclinarse y recoger lo que otros han dejado, para ser verdaderos agendes de cambio.
Al final de dos caminatas de un par de horas cada una, tres turistas bogoteños contábamos con la experiencia de una buena caminata a tan sólo minutos de Bogotá, y con cinco grandes bolsas de desechos que apenas podíamos cargar. Ahora, teníamos el reto de saber en dónde dejar estas bolsas de basura que no tenían lugar en una zona rural en donde la basura debe ser llevada hasta el pueblo cada ocho días ni podían ser acomodadas en nuestro pequeño carro para llevarlas hasta Bogotá. Aquí es donde entran el Gobierno y la ingeniería a jugar un rol importante, ya que el destino de estos desechos determinará si nuestra buena intención resultó ser para bien o para mal.
Con el fin de dimensionar los resultados de este ejercicio casero y de destacar el potencial de acción de una población consciente y dispuesta, quiero hacer referencia campaña “Colombia Limpia”, liderada por el Ministerio de Comercio, con la que se recogieron 167 toneladas de residuos en destinos turísticos seleccionados entre 2015 y 2017, con un costo de $2.690 millones de pesos. Es decir, unos $16.000 por Kg de residuos recolectados. En el 2018, esta campaña invertirá $1.490 millones de pesos en recolección de desechos en zonas turísticas.
Sin desconocer el gran valor de esta iniciativa, vale la pena considerar que si tres voluntarios consiguen recoger unos 10 Kg de residuos en cuatro horas y sin costo alguno para el Estado, el potencial de colaboración voluntaria por parte de la sociedad es de apreciar. A su vez, es una forma de compartir con el Estado el costo de preservar nuestro medio ambiente, específicamente en zonas naturales no consideradas de valor turístico.
En una era en donde el desarrollo tecnológico va a la velocidad de millones de personas dedicando sus vidas al estudio, a la investigación y a la innovación, tal vez la pregunta no es qué podemos hacer, sino qué queremos hacer y cómo podemos aportar uno a uno, pasando de la palabra a la acción.
Para nuestros lectores, la invitación es a visitar nuestras playas y lagos, nuestros bosques y praderas, nuestros maravillosos ecosistemas a sólo minutos de las grandes ciudades, pero con una bolsa en la mano y con humildad para decir: me encargaré de recogerlo. Agradezco a mi guía turístico, Iván Romero y al Dr. Andrés Bernal, por apoyar esta iniciativa.
• Decana de Ingeniería Ambiental, Escuela Colombiana de Ingeniería Julio Garavito