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Por Manuel Guzmán Hennessey

En su esfuerzo por explicar los peligros del cambio climático, algunos investigadores acuden a la imagen de un auto que avanza en medio de la noche hacia un abismo sin fondo? Los conductores de este auto son los líderes de las grandes potencias, que llevan la humanidad hacia una catástrofe por la manera como maniobraron el Protocolo de Kyoto (PK).

Pero la responsabilidad de la catástrofe que se avecina no recae solamente sobre los líderes del mundo desarrollado. También sobre los ciudadanos comunes del mundo entero, pues hemos permitido que ellos actúen en nuestro nombre.

La sociedad del mundo tiene además buena parte de responsabilidad sobre el fenómeno climático mismo, por haber estimulado los actuales estilos de vida como paradigma de un modo de progreso equívoco y peligroso.

En qué consiste el peligro

Ya no resulta tan difícil de enunciar: antes de finalizar el siglo XXI, es muy alto el riesgo de que se acabe buena parte de la vida sobre la Tierra. Sí, así de grave.

Es larga la lista de investigadores y científicos de todo el mundo que concuerdan en afirmar que este es el mayor peligro que ha enfrentado nuestra civilización en toda la historia humana.

También es larga la lista de analistas que han documentado cómo ni los líderes del mundo ni la sociedad civil han estado a la altura de semejante desafío. Los primeros han sido la vergüenza de todos en las sucesivas conferencias de partes del PK desde la cumbre de Bali en 2007. A cada nueva cumbre, aumenta la intensidad del fracaso histórico. La cumbre de Doha, que empezó esta semana, no será una excepción.

La sociedad civil ha estado ausente de las grandes decisiones: en lugar de exigir a sus representantes que asuman el liderazgo, se ha dedicado a ignorar o a posponer su actuación sobre el problema, trasladando los efectos de su inacción a las próximas generaciones: entre 2020 y 2050. No nos queda mucho tiempo.

Los escenarios publicados en el Cuarto informe de Evaluación del Intergovernmental Panel on Climate Change (IPCC) de 2007 indican que el período 2020 - 2050 será efectivamente la última oportunidad de maniobra posible que tendremos los seres humanos para superar la amenaza global.

Sobre la base de los datos que hoy nos ofrece la ciencia, como consecuencia directa del cambio climático la especie humana ya se ha visto afectada por sequías, hambrunas, desastres naturales, pérdida de cultivos, inundaciones, migraciones, desabastecimiento de agua dulce y nuevas enfermedades.

Debido al aumento de la temperatura promedio de la Tierra y a los efectos colaterales del fenómeno climático se afectará especialmente la esfera de la vida: la biosfera, pero también la esfera del conocimiento: la noosfera. La civilización en su conjunto se preguntará, quizás por primera vez en toda su historia, sobre aquellas convicciones y creencias que guiaron su camino hacia el progreso.

Durante este periodo crítico habremos de cuestionarnos si nos quedó bien inventada la idea de modernidad y de progreso, construida colectivamente desde los primeros rayos de la Ilustración en el siglo XVIII y que logró consolidarse como paradigma indiscutible e indiscutido durante el siglo XX. Nos preguntaremos si ese era el camino correcto que podría conducirnos al disfrute de una felicidad colectiva.

Somos realmente vulnerables

El Climate Vulnerability Monitor, publicado hace apenas dos meses, registra los siguientes hechos confirmados:

400.000 seres humanos mueren anualmente a causa del cambio climático.
La mayoría de estas muertes ocurre entre los más pobres.
Más del 90 por ciento de esta mortalidad global se concentra en los países en desarrollo.
Cerca del 80 por ciento afecta a los niños del África subsahariana y del Sur de Asia.

Si no reaccionamos ya, este número de muertes puede llegar a un millón de habitantes de la Tierra antes de 2030.

Esto quiere decir que cuando los jóvenes que hoy están en la universidad tengan menos de cuarenta años les tocará vivir en un mundo donde morirá más de un millón de personas cada año - en especial niños y pobres - como consecuencia directa del cambio climático.

El Monitor de vulnerabilidad climática publicado en 2012 fue construido sobre la base de dos tipos de datos:

Las cifras consolidadas de más de 184 países que informan sobre cuatro aspectos de la vulnerabilidad global: las afectaciones en la salud humana y el clima extremo, el aumento del nivel del mar, la desertificación y el estrés sobre los recursos naturales y los sectores productivos.
Las hipótesis de expertos sobre el futuro, que proyectan los datos anteriores hacia el horizonte de 2030. Aquí el informe se encarga de advertirnos que tanto las estadísticas de mortalidad como las proyecciones de muertes estimadas representan un daño mucho mayor, pues por cada 100.000 muertes se deben producir varios millones de casos de enfermedad o discapacidad, de personas desplazadas o heridas que necesitarán ayudas de emergencia.

Se trata del documento más actualizado que da cuenta de la gravedad de la crisis que hoy vivimos y de la forma como esta crisis avanza sin que alcancemos a calcular con certeza suficiente sus efectos futuros. Es la primera panorámica completa sobre el riesgo climático que nos permite comparar internacionalmente la verdadera magnitud del problema en su aspecto más sensible: el humanitario.

El autor Oriol Solá revela en su reciente libro ?Desplazados medioambientales: una nueva realidad? (2011) que en el Sáhara y el África meridional puede producirse en pocos años la más grande migración de toda la historia humana: entre 80 y 120 millones de personas.

Y ante esta realidad aterradora ?qué ocurrirá en la pomposa cumbre de Doha? Nada.

En el Klimaforum 09, la reunión de la sociedad civil mundial que se produjo en forma paralela a la Conferencia sobre Cambio Climático de la ONU (COP 15) en 2009, se alcanzó a hablar del ?Tratado Climático de Copenhague?. Se decía allí que si no se reducían las emisiones entre un 40-50 por ciento para 2020 y entre un 70-80 por ciento para 2050 -tomando como línea de referencia los datos de 1990 - sencillamente no había posibilidad de ?salvar el clima?, y como consecuencia de ello deberíamos prepararnos para afrontar aumentos de temperaturas de entre 2° y 4°C antes de 2050.

Se decía entonces, sobre la base de las alertas de los científicos, que no podíamos pasar de los 2°C, pues este era el tope máximo permitido o punto de no retorno para las condiciones propicias para la vida. Hoy los pronósticos apuntan a que llegaremos a los 4?, incluso antes de 2030 en algunos países.

No obstante, el tema del aquel nuevo tratado no estuvo siquiera en la agenda de la COP 15. En Copenhague se flexibilizaron aún más las pequeñas metas de reducción de emisiones de los países altamente desarrollados.

La gran vergüenza

Y lo que se esperaba que fuera un Tratado sustitutivo de Kyoto acabó siendo lo que algunos bautizaron como ?La Vergüenza de Copenhague?.

Hoy, a pesar de que los datos sobre el avance del cambio climático son más alarmantes que en 2009, paradójicamente las metas son menos exigentes y el Protocolo de Kyoto, que nunca ha sido un instrumento apropiado, cumplirá su última vergüenza en Doha (COP 18), que consistirá previsiblemente en:

Mantener la Plataforma de Durban (2011), posponiendo con ello el inicio de un nuevo acuerdo a partir del 2020, pero demorando su reglamentación 4 o 5 años.
Mantener el carácter voluntario y no vinculante ? con respecto a metas de reducción ? de los países altamente emisores de carbono, lo cual en la práctica significa que las principales economías (Estados Unidos, China, Rusia, Japón y Corea del Sur), que juntas aportan cerca del 70 por ciento de las emisiones globales, seguirán como si nada grave estuviera ocurriendo.
Debilitar o acabar el grupo de trabajo de cooperación a largo plazo que debería definir acciones hacia 2020 para todos los países, en los temas de financiamiento, transferencia de tecnología, adaptación, mitigación y reducción de emisiones por la deforestación y la degradación de los bosques en países en desarrollo (REDD).

Al culminar el primer período de cumplimiento del Protocolo de Kyoto, en esta cumbre de Doha (2012), la humanidad habrá constatado que resulta cada vez más incierta la solución de la crisis climática al confiar semejante misión a los mecanismos de la diplomacia internacional y al sistema de las Naciones Unidas.

Una respuesta generacional

Entonces nos veremos obligados a buscar otros caminos, a explorar un nuevo tipo de soluciones colectivas, y muy posiblemente lleguemos a la conclusión de que esta colosal tarea no corresponderá a quienes hoy están al mando de los gobiernos del mundo, sino a quienes encarnan la sociedad civil.

Ya se ha empezado a hablar de la Generación del cambio climático como un concepto movilizador de la acción adaptativa de una sociedad humana más inteligente y en transición.

Pero tampoco a los adultos de hoy, sino a los jóvenes, quienes podrán mejorar las formas de articulación y acción de esa sociedad civil del futuro. Ellos son los llamados a exigir a los gobiernos un cambio drástico en defensa de la vida, puesto que es la vida en su conjunto y no el planeta Tierra, la que está amenazada por el cambio climático.

Esta nueva sociedad civil podrá demandar, ojala antes del 2020, una nueva gobernanza global, que complemente el Sistema de las Naciones Unidas con una forma de Gobierno Global del Clima, capaz de propiciar y poner en práctica acuerdos entre países, escalables y viables, que nos permitan mejorar la adaptación y la transición energética global hacia una sociedad verdaderamente sostenible.

La idea de un relevo generacional activo, el empeño de equipar a los jóvenes con las herramientas necesarias para que puedan emprender el desafío colosal, ha venido robusteciéndose. Ya se ha empezado a hablar de la Generación del cambio climático como un concepto movilizador de la acción adaptativa de una sociedad humana más inteligente y en transición.

Ojala se consolide la noción de que la respuesta global frente al cambio climático no puede ser una respuesta política, económica, o ambiental exclusivamente, sino que debe ser una respuesta generacional ante todo, capaz de aglutinar sistémicamente lo social, lo económico, lo ambiental y por supuesto lo político.

He aquí el verdadero tamaño del desafío.