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El anuncio de la inminente llegada de una época de sequía (Niño) o el azote de las inundaciones, generan una espiral alcista que repercute en la economía de la sociedad y del Estado. El investigador de la Universidad Nacional, J. Orlando Rangel-Ch, plantea una estrategia que convoque a estamentos académicos e institucionales del país, con el fin de constituir un referente válido para las entidades gubernamentales.

 

El pasado 9 de agosto en un periódico de amplia circulación en Colombia, apareció el titular: “mayor probabilidad de Niño genera sobresaltos en precios de la energía”. Según el columnista, para el período diciembre de 2018 - marzo 2019, habrá un nuevo fenómeno del Niño con probabilidad cercana al 70% y por tanto “el mercado colombiano ya presenta los síntomas de una subida en los precios de la energía que se fundamenta en el aumento del precio promedio que se presentó en el 2015, año con manifestación del fenómeno del Niño”.

Al referirnos a la “culpabilidad” de fenómenos climáticos como el Niño o la Niña en la planeación/ejecución de la mayoría de las actividades en Colombia, conviene recordar los patrones de distribución de la lluvia en el territorio y sus regiones naturales. En la Orinoquía y en la Amazonía predomina el patrón unimodal-biestacional, la época lluviosa va de abril (mayo) hasta octubre (noviembre) y la seca de diciembre a marzo-abril, excepto en el trapecio amazónico (hemisferio sur).

Los montos de lluvia varían con la posición latitudinal. En la Amazonía la franja más húmeda se localiza entre 01º07’N y 01º58’N con montos anuales promedio entre 2972 y 4277 mm, mientras que en la Orinoquía con montos anuales entre 1500 y 4500 mm, esta franja se localiza entre 4º29’ N y 4º5’ N.

En las tierras planas del Chocó biogeográfico (Costa pacífica) con lluvias anuales entre 3000 y 6500 mm predomina el régimen unimodal-biestacional con periodo lluvioso entre abril (mayo) y octubre (noviembre) y seco entre diciembre y marzo. En las terrazas altas y en las estribaciones cordilleranas, se torna bimodal-tetraestacional, las lluvias se presentan entre abril (mayo) y septiembre (noviembre) y los descensos de la precipitación entre diciembre y marzo y entre junio y agosto. Las zonas más lluviosas se ubican entre 6º30’ N y 3º30’ N.

En la franja costera del Caribe con variación del promedio anual de lluvias entre 250 mm (Guajira, desértico) hasta 3500 mm (Córdoba, muy húmedo), predomina el régimen de distribución unimodal-biestacional con concentración de lluvias entre mayo y noviembre y un periodo de descenso entre diciembre y abril.

En las zonas del interior cercanas a los macizos montañosos, el régimen cambia a bimodal-tetraestacional con montos que alcanzan hasta 2500 mm repartidos en dos épocas lluviosas entre septiembre y noviembre y entre marzo (abril) y mayo con periodos de disminución de la lluvia entre junio y agosto y entre diciembre y marzo. La franja más húmeda está entre 7º38’ N y 10º46’ N.

Resulta evidente que en todo el territorio colombiano en el periodo diciembre a marzo (abril), siempre se presenta disminución marcada de lluvias, que puede variar de acuerdo a los comportamientos de la circulación atmosférica a nivel global, pero está absolutamente comprobado que si no hay una anomalía extrema, siempre tendremos “verano (sequía) en esta época”.

Acercarse a un escenario climático futuro con base en apropiadas predicciones es un ejercicio fundamental que no se hace en Colombia (a diferencia, por ejemplo, de Ecuador). A pesar de las experiencias desafortunadas por las cuales hemos pasado, la idea de superar estos inconvenientes, todavía no ha calado a nivel gubernamental y se prefiere la dependencia de información externa y, por supuesto, el manejo especulativo de la misma.

A la luz de La Luciérnaga

Entre finales de 1991 y mediados de 1992 experimentamos un período de sequía extremo y la cadena de producción del país dependía de la energía generada por hidroeléctricas. La crisis generó cambios profundos en la sociedad colombiana. Se ensayaron diferentes estrategias para mitigar los efectos de los recortes de energía, se cambiaron los horarios y en algunas partes se acuñó el término de “la hora Gaviria” para aludir al nombre del presidente en cuyo gobierno se presentó la crisis.

Surgió un conocido programa de radio que ayudaba a soportar los periodos nocturnos sin flujo de energía y cambiaron comportamientos sociales (disminuyeron los cócteles y reuniones sociales, se mejoró la socialización a nivel familiar y, como es costumbre, los colombianos logramos adaptarnos y ¡superar el momento crítico!). A nivel de organismos directivos y planificadores del consumo de energía, se adaptaron otras medidas, entre ellas la generación de energía por plantas térmicas y otras fuentes.

La sociedad colombiana se apropió de la terminología asociada con las variaciones del clima y rápidamente incorporó el vocablo El Niño y sus expresiones. Más adelante cuando se presentaron las inundaciones, los desbordamientos de ríos, los anegamientos de altiplanos como el de la sabana de Bogotá, se hizo referencia al fenómeno de La Niña. Ésta al igual que El Niño, se asocian con oscilaciones de la temperatura superficial a nivel del mar en el océano Pacífico y su relación con temperaturas en otros sitios, de lo cual surgen diferencias que se manifiestan en alteraciones en la circulación atmosférica que afectan la temperatura y la precipitación (monto y régimen de distribución).

Así, en nuestro país, el pluvial del 2010, calificado como año típicamente Niña, ocasionó daños en más de la mitad del país, vías, poblados, ganadería, agricultura, fueron impactados y hubo necesidad de hacer ajustes en el presupuesto nacional para asumir correctivos y ayudar a las poblaciones damnificadas. Estos dos casos, Niño del 1991-1992 y Niña del 2010-2011, fueron manifestaciones de carácter global, cuyos efectos se sintieron en vastos territorios de América con efectos más dramáticos e intensos en unas partes que en otras.
Las referencias básicas para las calificaciones de las manifestaciones de la oscilación del sur las proporciona la NOAA, cuyas mediciones de campo le permiten elaborar las tablas de evolución del ONI para sectores latitudinales definidos (Índice de Niño ONI en la región de Nino 3.4 en la franja latitudinal 5N-5S).

Así entonces, 1991 con ocho meses con valores positivos de ONI y promedio de 0.8 fue catalogado un año Niño, al igual que parte de 1992 cuando se manifestó con mayor intensidad. El 2010, con ocho meses con ONI negativo y valor promedio de -1.2, fue un año Niña; 2011 continuó con esta característica pero con menor intensidad. También se suele utilizar el índice SOI (índice de oscilación climática del Sur), cuyas convenciones diferentes, igualmente califican las tendencias y las asocian con variaciones de la temperatura y de la precipitación.

Fenómeno por regiones

Es conveniente tener presente que la condición de desarrollo de un año Niño o Niña a nivel de un territorio no implica que en todas las localidades comprendidas en el mismo, se manifieste el fenómeno.

Así, por ejemplo 1991 un año Niño a nivel global (mundial), desde marzo tuvo calificación diferente (húmeda) en las subregiones del piedemonte y de la altillanura del Meta en la Orinoquía colombiana. En el año siguiente, las condiciones fueron húmedas en las localidades de la llanura aluvial (Arauca - Casanare) y secas en las otras dos subregiones. Este comportamiento heterogéneo -irregular- igualmente se repite en otras regiones naturales del país, como en el Caribe.

Por tanto bajo esta óptica, es inaceptable la aseveración “para el periodo diciembre de 2018, marzo 2019, habrá un nuevo fenómeno del Niño con probabilidad cercana al 70%” (El Tiempo agosto 09/2018).

Desde septiembre de 2017 hasta febrero de 2018, se presentó un comportamiento del ONI que se asocia con condiciones húmedas (Niña). Entre marzo y mayo, aunque hubo valores negativos del ONI (descensos de temperatura), estos no se manifestaron como efecto Niña. No se dispone de información para junio y julio de 2018, pero si del SOI que para julio registró valores asociados con condiciones frías (lluvias).

Si repasamos ahora la situación actual del clima en Colombia, el comportamiento del mes de julio es muy particular, ya que es un típico mes del llamado “veranillo de medio año” que se prolonga hasta agosto (en buena parte del territorio). Sin embargo-en la práctica- podemos afirmar que no tuvimos “verano” (menos lluvia), entonces ¿Por qué deberíamos esperar épocas de escasa precipitación en septiembre, octubre y noviembre que pudieran unirse a los descensos normales de diciembre para ahí si delinear y anunciar la posibilidad de un año Niño y las consecuencias de su manifestación, por ejemplo, para las hidroeléctricas?

En este punto conviene recordar la ubicación de los grandes proyectos hidroeléctricos en Colombia- Los de mayor capacidad generadora se ubican en el departamento de Antioquia, en la franja latitudinal por encima de 6º latitud norte en localidades típicamente cordilleranas. Otro grupo igualmente importante se ubica en Cundinamarca y en Boyacá, unas localizadas en la vertiente interna de la cordillera Oriental y otras en la vertiente externa. En Colombia hay una disimetría climática muy característica que diferencia, por ejemplo, la muy húmeda vertiente Oriental o llanera de la cordillera Oriental, de la menos húmeda u Occidental. Por tanto, ¿cual sería el argumento para extrapolar escenarios de clima que no toman en cuenta los alcances de los protocolos (franja latitudinal de aplicación de los valores de ONI), ni las condiciones naturales (disimetría climática) de las cordilleras andinas?

En nuestro país, en los últimos años, sectores vinculados a la administración y a la producción agropecuaria han esgrimido repetidamente como factor que les obliga a elevar los precios de sus productos la presencia o posibilidad de manifestación de un año con condición Niña o Niño.

Se ha dado el caso de que por el aumento de las lluvias se genere mayor producción de pastos y con ello mejoras en la producción de leche, que increíblemente incide negativamente en los precios de comercialización. El exceso de lluvias también puede dañar los cultivos y con ello encarecer los productos finales en la cadena de mercadeo. Ante esta situación es común que los empresarios acudan al Gobierno central para clamar por apoyos o subsidios que sirvan para mitigar “sus comprobadas pérdidas” por este fenómeno.

En el caso de un año Niño, los efectos igualmente son dramáticos, con el debido tiempo quienes manejan el suministro de energía proponen ajustes, la producción agropecuaria también se encarece por la falta de agua y en el aspecto de manejo gubernamental se requiere invertir bastante dinero en sofocar incendios y desastres similares.

Ganancias sustanciales

Resulta claro que manejar la terminología Niño – Niña es una carta que bien jugada puede producir sustanciales ganancias. En este punto del asunto, conviene preguntarse ¿si es conveniente- por ser de extrema urgencia- que en el país se disponga de una entidad o dependencia con la infraestructura apropiada y el capital intelectual necesario para que asesore, auxilie al Gobierno en la planeación y planificación de acciones ante la presunción argumentada, justificada, correctamente evaluada de la presencia de uno u otro fenómeno?

La otra arista sería, seguir a la deriva y permitir que desde diversos sectores se esgriman como causas de manejos deficientes e inapropiados (proliferación de embalses para generar energía), la inminente “llegada” de un Niño o una Niña y por ello la necesidad de incrementar precios y asfixiar aún más la economía de los colombianos, es decir la manipulación de la información con fines perversos.

Finalmente, la estrategia que se adopte para remediar la situación debe contemplar entre otras actividades, las siguientes: incorporar en las herramientas de los organismos asesores del Gobierno central el conocimiento generado y la experiencia acumulada por los grupos de investigadores colombianos. Eliminar la barrera que ha creado “lo oficial” o gubernamental como instancia decisoria en cuestiones de ciencia e investigación. Incentivar la generación de nuevo conocimiento, por ejemplo el derivado de las investigaciones dendrocronológicas en nuestras especies vegetales nativas (caracterización del patrón de los anillos de crecimiento y su relación con variables de clima) para afinar (detallar) las series temporales en el pasado reciente. Incluir en el análisis predictivo las condiciones (físico-bióticas) locales y regionales que permitan confrontar los resultados con los patrones universales.
Si disponemos de adecuadas bases de referencia, la sociedad las consultará con confianza y servirán para la planificación de todos los quehaceres. La modelación y la predicción serán útiles en la medida en que le suministremos información local, detallada que sea producto de las variaciones asociadas con nuestra heterogeneidad geográfica.

Docente, investigador del Instituto de Ciencias Naturales, Universidad Nacional de Colombia (Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.)