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Niños desde los siete años de edad, estudiantes de colegios y universidades, grupos de amigos familias o turistas pueden unirse a esta experiencia a través de las convocatorias publicadas en redes sociales o previa inscripción al correo Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo. . Son recorridos temáticos, guiados y gratuitos por senderos para fomentar prácticas y estudios de fauna, flora, restauración ecológica y educación ambiental.

BOGOTÁ, Julio 23 de 2016.- El Instituto Humboldt realiza recorridos temáticos, guiados y gratuitos por senderos ubicados en predios de su sede Venado de Oro, en los Cerros Orientales bogotanos, para fomentar prácticas y estudios de fauna, flora, restauración ecológica y educación ambiental.

El recorrido es de 1,5 kilómetros, tiene una duración de dos horas, permite observar la ciudad y los cerros cubiertos por vegetación nativa y foránea; también, evidenciar el proceso de restauración ecológica que desde hace dos años se implementa en asocio con el Jardín Botánico José Celestino Mutis.

Niños desde los 7 años de edad, estudiantes escolares, universitarios, grupos de amigos familias o turistas pueden unirse a esta experiencia a través de las convocatorias publicadas en redes sociales o previa inscripción al correo Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.%22" target=""_blank"" style=""font-family:">Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

Los recorridos guiados del Humboldt están diseñados para interactuar con la naturaleza, desde los sentidos, transformando el espacio en un aula viva reveladora. Con algo de suerte, ojos y oídos agudos, el visitante puede toparse con alguna de las 67 especies de aves que habitan la zona, entre ellas búhos, trepatroncos, colibríes, sinsontes y águilas, o maravillarse con especies de nogales de 20 metros de alto, curubas, encenillos, papayuelas, orquídeas, uchuvas, quiches, uva camarona, eucaliptos, acacias y pinos.

Al inicio del recorrido, basta con avanzar unos metros para observar los cerros Monserrate y Guadalupe en su inmensidad, también parte del cañón que los divide. Es justo ahí donde se derivan los llanos orientales colombianos y comienzan los relatos del pasado cuando estas colinas, abundantes en vegetación nativa, eran para los muiscas el centro del mundo y del cosmos, residencia de divinidades, cercanía al cielo, motivo de adoración y despensa de alimento y medicinas.

Las casi 14 mil hectáreas que bordean la ciudad de norte (Humedal Torca) a sur (Boquerón de Chipaque) y alturas que alcanzan los 3.575 metros sobre el nivel del mar fueron, además, insumo en la fabricación de viviendas y edificaciones de la naciente Santa Fe de Bogotá, e incluso escondite de fugitivos amantes que huyeron al espeso bosque y por azar tropezaron con el oro de tribus indígenas milenarias que aún permanece oculto, como cuenta la leyenda.

Y es, precisamente, el desconocimiento de esta historia lo que inspira la propuesta de los recorridos: “a la gente se le olvidó que aquí había orquídeas y normalmente las asocia con tierras bajas; la gente olvidó que aquí había robles y cedros que eran sagrados para los indígenas y desaparecieron de nuestra historia cultural”, afirma Wilson Ramírez –coordinador del Programa Gestión Territorial de la Biodiversidad y líder de la expediciones¬– que busca y recolecta material nativo de los cerros que, tras fortalecerse en viveros, es sembrado en lugares estratégicos para su dispersión y atracción de especies de polinizadores.

Al continuar el trayecto aparecen, como cicatrices, vestigios de una incontrolada deforestación de especies nativas que sumada a construcciones civiles, prácticas agrícolas y ganaderas no sostenibles acarrearon un desequilibrio ecológico que intentó resolverse con un plan de reforestación con especies foráneas de pino, eucaliptos, retamo o acacia negra. Lejos de solucionar los inconvenientes ecológicos, estas especies –conocidas también como invasoras por su rápido crecimiento, dispersión y producción de semillas– dejaron los suelos llenos de hojarasca y semillas de sus árboles, también áridos al drenarles el agua necesaria para su crecimiento.

Menciona Wilson que al principio “se hizo un muestreo de lo que había en flora y fauna, así como un mapeo de actores sociales de los alrededores con el fin de entender cómo se asentaron aquí y su relación con el entorno para entender la historia de degradación de este lugar. Finalmente, y entendiendo esa línea base social y ecológica, se diseñó una línea de restauración”. Más adelante, el tramo propone un ejercicio de observación del sitio para comprender que la diversidad biológica se presenta no solo en zonas desprovistas de presencia humana sino también en las ciudades. Es así como parques, jardines, humedales, flores ornamentales, perros, palomas o chulos se integran al concepto de biodiversidad urbana.

Finalmente, y en contraste con las abundantes plantaciones de especies invasoras, los visitantes se enteran del proceso de restauración ecológica que le ha devuelto vegetación nativa a los cerros: bejuco lechoso, anturio bogotano, piñuela, angelito blanco, botoncillo y té de Bogotá. También se encuentran otros árboles olvidados del antiguo bosque maduro de estas colinas como el amarillo, el pino hayuelo, el nogal, el ruache y otros géneros más veloces de hierbas, trepadoras y arbustos que a lo largo de un año florecen y producen semillas que terminarán dispersas por el terreno.

“El ciudadano no identifica los cerros como lo eran hace 100 o 200 años, sino como son hoy, poblados de grandes plantaciones de eucaliptos y pinos. La gran ventaja es que estos cerros aún contienen mucho material nativo que si lo sabes rescatar lo puedes volver a propagar”, enfatiza Wilson.

Los árboles más lentos, por el contrario, tardarán por lo menos dos o tres décadas en producir la primera semilla, pero esta particularidad no desmoraliza, por el contrario, estimula para continuar con la reintroducción de especies que, a futuro, devuelvan la identidad ecológica, eleven la cifra de flora nativa del lugar a más de 300, un número que se estima es similar al de bosques endémicos bien conservados y de áreas equivalentes a la del Venado de Oro y permitan observar aves no comunes en los bosques de la ciudad como la pava andina.

En una de las ciudades más pobladas de América Latina, y a escasos kilómetros del centro y sur urbanos se imponen los Cerros Orientales, postales vivas en el paisaje capitalino que hospedan fuentes hídricas y bosques altos andinos que garantizan calidad y disposición de servicios ambientales para casi ocho millones de capitalinos, 18 especies de mamíferos, 119 de aves y 443 de plantas; cinco familias de reptiles y nueve de anfibios; además, son la conexión ecológica regional de municipios vecinos. Conservar y aumentar estos registros depende de iniciativas como las implementadas por el predio Venado de Oro, que apuestan por la revitalización de la historia natural de estos gigantes vitales que, más que brújulas de ubicación geográfica en la ciudad, cobijan vida en múltiples formas.